
Miramos tras nuestra sombra.
A manostasos de ciego guiamos nuestra inocencia.
¡Perdida!
Como nuevos vientos.
En manos intolerantes.
¡Y nos escondemos como culpables!
El perdón hoy es pan de idolatras.
Lastima.
Si lo que nos unía era tan débil como un palpito.
De esos agónicos.
Punzantes.
El amar entonces como utopía.
¡Y el placer como negación de los humano!
Es todo tan extremo.
Los matices hoy no exorcisan.
No cubren como velos de paz.
En barcos de melancolía se van nuestras vidas de ayer.
¡Y todo es tan extremo!
Unas gotas caen.
Y afuera lloran almas tratando de alejarse de este suelo.
¡Y aquí nosotros!
Amando.
¡A galopes muertos!
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Que la Poesía sirva en su justa medida como Padre y Madre.
No como Puta hirviente que llena nuestro pomposo buche, solo con el fin de entronar nuestros caídos culos en el olimpo de la fanfarrona intelectualidad.
(Mi respuesta a Neruda)
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